Trabaja. No
preguntes. Cásate. No pienses. Sonríe. No interrumpas. Péinate. No hables.
Obedece. No abras el paraguas dentro de la casa. ¡No! ¡No! ¡No! Toda esta
abrumadora recatafila de órdenes obedece al nuevo contrato social que parece
nos han hecho firmar los empoderados del mundo para ser parte del status quo, para pertenecer al engranaje
de una maquinaria que se pretende perfecta y que cada quince días nos gratifica
con un depósito bancario. Con dinero en el bolsillo te tienen acallado, sin
opción a quejarte. ¿No te gusta? Vete, las puertas están abiertas. No eres
indispensable. Cientos babean en puerta por tu puesto y tu sueldo. ¿No te
sientes comprado?
Esta es la base
argumental de la obra “Contrato(do)”, creación colectiva del grupo teatral
Pánico Escénico y que se repone en la acogedora casa Espacio Libre de Barranco por
una muy corta temporada que concluye este fin de semana (haga sus reservas. La
entrada es libre y la salida solidaria). Estrenada a mediados del año pasado en
El Galpón Espacio, el director Fito Bustamante cuenta sobre ésta, su ópera
prima, que “el tema llegó sin querer pues empezamos trabajando sobre el miedo
pero en uno de los ejercicios Alonso Romero escribió sobre su miedo a la
oficina, que veía desde la ventana de su edificio en la avenida Pardo llegar a
todos igualitos, a la misma hora, con el mismo maletín, el mismo café, así que
en base a ese miedo los demás fueron conectando”.
Si bien los
actores están destronados de personaje o nombre alguno, el de Alonso se
presenta como una marioneta de las formas en el que el hastío a la corbata, el
terno y a la obligación a amarrarse su pelo largo, es notorio. En busca de su
propia autarquía, rompe el individualismo que no le permite relacionarse para
hacer contacto con la cálida mirada de aire juvenil del personaje de Natalí
Zegarra. Juntos deciden concluir con el encierro pero la tarea se complicará al
enfrentarse con una genial Daniela Rodríguez, actriz que tras unos años de
alejamiento en la escena regresa con una fuerza que sorprende, para ser un
gendarme que responde por los intereses de los superiores (esos seres
invisibles que jamás se manifiestan). Un cuarto personaje ronda la escena, el
de Lucía Meza, quien no sabe si compartir estas ansías de libertad o seguir con
su onomatopeya industrializada para escalar posiciones.
Libros con “El
proceso” de Kafka, películas como “Brazil” de Terry Gilliam, o discos como “The
man machine” de Kraftwerk alimentan de texturas, colores y sonidos a la puesta,
un montaje que resalta por el riesgo de forma tal que se siente una
consecuencia con lo que el texto quiere dejarnos como aprendizaje. Sin embargo,
desde su certero minimalismo, la obra ha perdido cierto peso de arrebato de
emancipación ganado en un espacio más grande como lo fue El Galpón. Pero
también el grupo ha sabido despertar nuevas cualidades que se aprecian en la
íntima sala barranquina: ahora como espectador uno percibe casi tangiblemente
una lucha constante nacida de la contención, un juego de miradas más preciso, un
lenguaje corporal casi matemático y diálogos ínfimos que aportan a que el
público constantemente sea quien construya la historia. Cierto es que la labor
puntual de Lucía Meza debe aún ajustarse mucho a la de sus compañeros pues
hierra en precisión y ritmo constantemente, generando pequeños vacíos
principalmente en la escena que comparte con Romero y donde su elección por un
camino debiese quedar definida.
La obra deja
abiertas otras interrogantes como si necesitamos o no líderes, o si la búsqueda
de libertad saciara nuestro inconformismo. Tal vez no todos puedan ejercer
capacidades de guías pero ¿está preparado para el cambio, para dejar su zona de
confort? De no ser así, prepárese pues no tendrá herramientas para enfrentarse
contra todo lo que le disgusta.
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